Puerto Rico

Se acepta la imaginaria popular como elemento inherente al concepto de escultura, sería valedero afirmar que la talla de santos es su arte por excelencia. La talla popular es quizás el fruto cumbre de la expresión artística espontánea cuya semilla plantaron en la sensibilidad del criollo puertorriqueño, ya desde los albores del siglo XVI. Entre los atributos expresivos de las distintas imágenes, se destacan la tipología fisionómica del español de los siglos de la conquista, la influencia de los aborígenes borícuas y africanos y la iconografía religiosa condicionada por el vuelo imaginativo del santero. Los talleres más importantes a que podemos referirnos a veces conciernen a varias generaciones de una misma familia Los Cabón de Camuy; Los Rivera de Orocovis; Los Arce de Arecibo; Los Arce de Lares (mejor conocidos como Los Cachetones) y los casos aislados como Carlos Vázquez (Ceoles); Juan Muñoz (Rincón); Claudio Pacheco (Vega Baja); Ramón García (Vega Alta); entre otros. Los temas preferidos han sido Los tres Reyes Magos, La Virgen del Carmen. En el siglo XVI, paralelamente al advenimiento de la santería popular, llegan a la isla desde España, obras escultóricas de mano profesional que serán objeto de profunda devoción y que a su vez servirían de acicate al desarrollo del propio arte popular. Específicamente el Cristo de los Ponce, que se conserva en la Iglesia de San José. Otra obra relevante fue la efigie en alabastro del obispo Alonso Manso, quien aparecía con un cordero a sus pies, destruida por los holandeses en 1625. Esta figuraba en un nicho de la catedral, y muy bien pudo significar el arraigo de una tradición escultórica funeraria en la isla. Asimismo no se debe olvidar el único altorrelieve heráldico renacentista esculpido en piedra de canteros locales que aun se conserva el de los Garci-Troche y Ponce de León, que yace empotrado en lo alto de una de las paredes del presbiterio de la Iglesia de San José. Del siglo XVII se desaparecieron las esculturas de los apóstoles Santiago y San Felipe que tallara en 1610 Blosi Hernández Bello, y que se veneraban en la ermita de Santa Catalina, junto a las murallas de la fortaleza, así como la Virgen de la Candelaria, traída hacia 1613 de la que solo se conserva en la iglesia de San José el cuerpo del niño Jesús. Ya en los siglos XVIII y XIX cabe destacar la primera familia de artistas puertorriqueños, la familia de Espada, pero especialmente a Tiburcio. Su obra yace dispersa por el área sur-oeste de la isla. Muchas de las obras atribuidas a su gubia, suelen ser imágenes religiosas con una altura que sobrepasa el metro. Particular mención debemos señalar al oficial de caballería y maestro escultor José Valentín Sánchez, nacido en La Habana en 1771, que en 1812 y por encomienda del primer obispo puertorriqueño Alejo de Arizmendi, termina una talla del Cristo de la Buena Muerte. Durante su estadía de aproximadamente 16 años en San Juan, el taller de Valetín se mantuvo sumamente activo y creó una escuela de escultura con autorización provisional, que frecuentan varios aprendices de la clase humilde. La licencia le fue otorgada en 1827. Quizás el segundo escultor que trabaja en San Juan hacia 1820, según una estadística de Pedro Tomás de Córdoba, fue un discípulo salido del taller de Valentín Sánchez. No será hasta que lleguen las generaciones que trabajan hacia 1940 en adelante, cuando se puede encontrar un mayor florecimiento escultórico, junto a la imaginaria popular. Las facilidades que habrá de brindar la creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña, dará el empuje necesario para que se logren formar profesionales jóvenes de la talla de Rafael López del Campo (1936) y Tomás Batista. Entre los maestros de generación posterior tenemos a Luisa Géigel de Gandia con su bronce de la ¨Virgen de la Providencia¨ en la iglesia parroquial de Bayamón y ¨Maternidad labrada¨ en piedra negra, ambas obras con un sentido plástico de rigurosa modernidad. Por su parte, José Buscaglia Gullermety formado en los talleres de Enrique Manjo, orientaba sus esfuerzos artísticos hasta la escultura monumental, aunque también había realizado numerosos retratos. Entre estos sobresalen tanto el último que se hizo en vida el poeta Robert Frost, que se conserva en el National Portrait Gallery, como los últimos que se hizo a Pablo Casals, cuyos originales guarda la Fundación del mismo nombre. John Valois trabaja la escultura en metal, y ha experimentado con varias técnicas que incluyen la soldadura y el batido. Rafael Ferrer se ha identificado con los de radical vanguardismo en la escultura, tanto por sus buenas esculturas como por su ingenio para crear circunstancias plásticas como también el resorte neohumanísta en que fundamenta su obra. George Warreck que, al igual que Valois es un veterano experimentador en las técnicas del metal, aunque su mejor obra lo constituye una colección de tallas en madera en los que lleva a extremos de estilización las formas naturales a que induce el propio material, especialmente cuando este acusa bellísimas exhuberaciones, como el guayacán. De igual relevancia se reconocen otros escultores como Alfredo Lozano, consagrado y reconocido a nivel internacional; Margarita Basó, Alberto Vadi y los jóvenes contemporáneos de este tiempo que ameritan consideración igualmente; pero son muchos también los muy jóvenes que se dedican activamente al estudio de la escultura dentro y fuera de Puerto Rico.