Costa Rica

Al recorrer las calles de Costa Rica, rodeadas de edificios religiosos, gubernamentales y culturales, se recibe la sensación de viajar en el tiempo, entre destacadas obras arquitectónicas que todavía se levantan como hitos de gran belleza. Es bien notable la diversificación de su arquitectura, esa mezcla adquirida por las influencias artísticas, que va desde las construcciones coloniales españolas, indias a la europea en general. Vale la pena captar la naturaleza arquitectónica presente en el país, donde convergen además distintas corrientes estilísticas con notables obras al estilo eclesiástico, bizantino, neo-gótico, neo-clásico, neo-mahometana, por solo citar las más importantes, representadas por artistas como Bauhaus, Le Corbusier, entre otros. Luego de la llegada de Colón en 1502, mucho de lo edificado, lógicamente, estuvo marcado a partir de las construcciones originarias de la Península Ibérica. Sin embargo, no es hasta el siglo XVI, que la conocida ¨arquitectura colonial¨ empezó a florecer. Los primeros colonizadores que llegaron al país, se asentaron en el Valle Central, lugar paradisíaco por su belleza y su clima, pero de difícil comunicación con el resto del mundo. Pueblos de labriegos sencillos, a quienes les llegaban las noticias de los acontecimientos de la época, modas y tendencias arquitectónicas, por medio de los viajeros que eran recibidos como los esperados portadores de novedades. Con ellos venían las ilustraciones de la época, verdaderos modelos de las familias más acaudaladas. De los siglos XVI al XVIII se destacan importantes obras realizadas de carácter militar, público y privado como los edificios de Gobernación, Cabildos y Palacios Municipales, así como suntuosas casas pertenecientes a presidentes, políticos y familias adineradas, dispersas entre varias ciudades. También se pueden encontrar Parroquias como la Inmaculada Concepción, primer templo construido en Heredia en 1714. En su mayoría se pueden apreciar el material constructivo concebido como el adobe, horcones de madera y techos de tejas. Del siglo XIX se aprecia el Fortín de Heredia como símbolo de esa ciudad, mandado a construir en 1876 por el Comandante de Plaza y Gobernador de la Provincia, el militar herediano don Fadrique Gutiérrez. Él mismo hizo el diseño de la obra, dado a su habilidad como dibujante y escultor. Estilísticamente esta edificación tiene un sabor bastante arcaizante para la época, pero ello se explica por la falta de una cultura arquitectónica en los habitantes de aquel entonces. Por su parte, las edificaciones culturales comenzaron a surgir cuando el cultivo del café y las ganancias que se originaban de su comercio, hicieron posible que obras como el Teatro Nacional de San José, finalizado en 1897, se hicieran realidad. Esta obra en particular tuvo el impulso original de un grupo de comerciantes costarricenses y cosechadores de café, quienes pidieron al gobierno edificara un Teatro que reflejara el orgullo y la imagen del país. Este coliseo cultural, se considera una joya arquitectónica con una fuerte influencia de la última etapa del barroco europeo, que todavía hoy contrasta con la simplicidad del corazón capitalino. Los proyectos de esta maravilla fueron creados por arquitectos belgas y aprobados por ingenieros costarricenses. Las estructuras metálicas fueron fabricadas en Bélgica, mientras el mobiliario y los ornamentos se importaron desde Italia. Gran parte de la decoración del edificio estuvo a cargo de artífices europeos. Sus interiores dan prestancia a un delicado estilo neo-renacentista. Otra obra importante de este tiempo lo constituye el Edificio Metálico localizado en San José. Diseñado por el arquitecto Charles Thirio y prefabricado por Herrarias de Aiseau. Su arquitectura es propia del período en que los trabajos en hierro y metal revolucionaban la época. Este edificio fue fabricado en Bélgica en 1890 y transportado hasta Costa Rica en 1892. Fue ensamblado y terminado en 1896. Hoy en día una obra de tal envergadura, tendría un costo prohibitivo. Durante el XIX y mediados del XX se importaban arquitectos para que se encargaran de trabajos de mayor importancia, algunos de los cuales se asentaron en el país, sorprendidos por la amable acogida y la apertura de los ticos. Ya en el siglo XX se destacan arquitectos como Teodorico Quiros, artista que legó una vasta obra arquitectónica, que incluyen iglesias católicas y residencias particulares. Su obra cumbre es la iglesia de estilo neo-gótico San Isidro de Coronado. Este proyecto ganó la medalla de oro en arquitectura en la exposición del Diario de Costa Rica en 1928. Quiros fue uno de los primeros en preocuparse por la conservación de las edificaciones coloniales. A mediados del siglo XX, varios jóvenes emprendieron la aventura de ir a estudiar arquitectura a México y Brasil, a falta de una escuela de arquitectura en Costa Rica, la creada se inició en 1972. A su regreso, no fue fácil para ellos integrarse, al mercado de la construcción, totalmente ocupado por los ingenieros civiles, que eran hasta ese momento los arquitectos del país. En la actualidad, y después de copiar por muchos años los moldes de la arquitectura externa, es que se empiezan a estudiar las soluciones autóctonas, y en la mayoría de los casos, han sido aportes por gente sin estudios arquitectónicos en función de la comunidad, el clima y el paisaje. Estas soluciones locales fueron tomando fuerza y produjeron una especie de equilibrio entre lo local y la inevitable influencia extranjera. El convivir con la naturaleza es una necesidad de este pueblo y eso lo convierte en el punto común de la arquitectura vernácula, en el deber de crear proyectos, que se adapten a su medio ambiente y se integren al lugar, creando una continuidad inequívoca con el entorno presente. Entre los arquitectos destacados del momento en el país, se puede citar a: Rolando Barahona, Fausto Calderón, Víctor Cañas, Franz Beer y Edgar Brenes, formados en México y quienes asumen actualmente proyectos de gran escala residencial en la variada topografía y clima del país.