Las continuas e intermitentes migraciones asiáticas que en oleadas forzadas o voluntarias arribaron al Caribe y las Américas, principalmente procedentes de China, India, Japón y Filipinas, se remontan al siglo XIX, se incrementaron en el XX y han continuado hasta el presente, dejando una profunda huella en numerosos países del llamado Nuevo Mundo. Así ha ocurrido, al norte, en Estados Unidos, Canadá y México. En el Caribe insular y continental, y como parte de la historia colonial de esa región, China protagonizó un amplio y a veces dramático proceso migratorio en Cuba, Jamaica, Trinidad y Tobago, Curazao, Aruba, República Dominicana, Antillas Francesas, Antillas Británicas, Honduras Británicas o Belice, Guyana Inglesa, Guyana Holandesa o Surinam, Panamá, y Costa Rica. También contribuyeron a este proceso, coincidiendo en el tiempo con las que vinieron de China, oleadas migratorias de indios de Bengala y Tamil Nadu que también se establecieron en la región. En América del Sur, además de China, que ha estado presente en casi todos los países, hay que señalar la marcada emigración de Japón en el Perú. Esta huella del universo asiático no solo se ha expresado en el poblamiento, mestizaje y en el comercio, sino sobre todo en las costumbres y tradiciones, (celebraciones festivas, culto a los antepasados, medicina, técnicas agrícolas, culinaria, danza, música, teatro…) y muy en especial, en la visión del mundo y en las creencias y prácticas milenarias a partir de la observación de las fuerzas de la naturaleza y de su relación con el cuerpo y la mente humanos, trasladadas por los asiáticos al continente americano, entre las que se encuentra el Feng Shui, que ampliaron y enriquecieron el mapa cultural y espiritual del continente americano.
