La calle Obispo cual estampa de un libro antiguo

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Por Caribe Insider

La calle Obispo, en el Centro Histórico de La Habana colonial, parece una estampa de un libro de antaño y no solo por sus edificaciones antiguas, sino por los curiosos personajes surgidos desde que el turismo fue creciendo y la capital cubana se convirtió en uno de los polos preferidos de los visitantes.

Al andar por esta arteria citadina, donde el ir y venir de la gente es continuo, se puede ver a la mujer de piel negra y abundantes carnes, vestida de blanco y con un pañuelo anudado en la frente, la cual en medio de bocanadas de humo de tabaco, lee las cartas y da sus augures, generalmente promisorios, a quien deja caer unas monedas en su bolso.

También están aquellos que en improvisado dúo o trío tocan maracas, guitarra, claves y desgranan con voz bien timbrada un son cubano, sobre todo cuando se acercan visitantes calzando sandalias, vistiendo pantalones cortos y camisetas, quienes por su indumentaria, manera de hablar y color de la tez, se sabe que provienen de otros países.

El hombre de los perros salchichas, con sombreritos, chalecos y gafas, montados en el cajón de una bicicleta no tarda en llegar en horas tempranas a esta parte de La Habana colonial, declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, y máximo exponente de la arquitectura de época en el Caribe insular.

No faltan los que bailan al ritmo del tambor y la corneta china con trajes de tejido sedoso y colores brillantes, quienes desde la estatura adicional proporcionada por zancos de madera parecen gigantes haciendo sus llamativos pasacalles. Mujeres mulatas y negras ataviadas a la usanza de otros siglos, con cestas repletas de flores apoyadas en sus redondeadas y sensuales caderas o sobre sus firmes cabezas, se pasean e indican a los turistas el restaurante de comida criolla mejor posicionado.

Es un curiosa estampa en una ciudad que celebró en noviembre sus 500 años y donde ahora miembros del grupo de teatro Gigantería traen a la vida contemporánea personajes de otras épocas como La Palomera, El Arlequín y La Giraldilla.

Lo curioso es que se convierten en esculturas vivientes, con las cuales muchos se hacen una fotografía luego de echarle como propina monedas en una bandejita.

A la mayoría de los transeúntes, bien sean nacionales o extranjeros, les agrada pasear por esta vía y observar a esos hombres y mujeres ingeniosos a la hora de hacerse el maquillaje y buscar la indumentaria más atractiva, como si salieran de la página de un libro muy antiguo, cuando La Habana los envolvía en su encanto colonial.

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